55 y más formas de imprimir una idea

Aunque las artes plásticas, históricamente, han tenido como determinante taxonómica la técnica empleada para articular las obras, resulta realmente el discurso la esencia prístina que define a la obra creativa como significado construido por una entidad inteligente, capaz de generar sentidos otros desde la metabolización, redimensionamiento y reescritura (hasta los extremos más radicales) de la meta-realidad circundante.

 

La técnica, específicamente en el caso del grabado, debe resultar entonces el recurso expresivo óptimo para expresar conceptos autorales, no un vacuo y caprichoso regodeo formalista; consiguiéndose un equilibrio entre visualidad y significado, que cuenta con variaciones disímiles, hasta casi el infinito. Tal variopinto espectro estético-conceptual se aprecia en el medio centenar de obras  de dieciséis creadores cubanos, confluyentes en la muestra colectiva Impresiones 55, acogida por el espacio galérico del Centro Provincial de Arte, como nuevo manifiesto artístico coral a favor de la lozanía que signa esta zona de la plástica cubana, uno de cuyos epicentros anuales viene resultando la Feria Nacional de la Estampa, organizada por la Sociedad Gráfica de Cienfuegos en su ciudad sede.

Son para Marcel Molina, la xilografía monocroma de grandes dimensiones y la figuración expresionista, los medios idóneos para desarrollar su alegato sociocultural (englobado en su macro serie La raíz que no florece) acerca del aún inmensurable impacto de la cesación de los centrales azucareros; como semejante técnica resulta ideal para Osmeivy Ortega para explayar su diálogo con añejas eras doradas del grabado universal de temática científico-naturalista, pletórico de minuciosas y abigarradas recreaciones de la fauna.

También hacia la reciedumbre xilográfica de atávico hálito, dirige sus miras creativas Aliosky García, con la surrealista alegoría ecológica que expone. Apuesta este artista por la concisión de alta carga semiótica, al igual que las breves impresiones a “punta seca” de Vladimir Rodríguez, quien con la serie Como si fuera una guitarra, urde un complejo ensayo acerca de las diversas gradaciones que alcanza la interacción del cubano con su país, largando sobre el tapete temas de urgente problematización como la nación y la nacionalidad.

Por igual sendero discursivo remonta Pedro González, con sus apropiaciones blanquinegras del archiconocido El Grito, de Munch. Desde la linoleografía de trazo expresionistamente xilográfico, polemiza sobre la crisis de liderazgo y poder, en una nación acéfala; mutilada toda aptitud y actitud participativas por el caudillo ausente. Presente pero ermitaño en su esfera alienada, prefigura Moisés Molina en su serigrafía al depositario del poder, quien refuerza sus bastiones con estratos de soledad.

A la casi obsesiva fijación por las dinámicas migratorias cubanas del último medio siglo, y la búsqueda de futuros (in)ciertos allende las olas, enrumba Rafael Cáceres con sus monotipias, cuyo atractivo visual se asienta en las variaciones cromáticas de un color. Y es el azul nocturnal el escogido por Alexander Cárdenas para componer con la misma técnica lóbregos y misteriosos paisajes de sino surrealista, donde las figuras se embozan en la penumbra, proponiéndose al receptor como enigmas incordiantes.

Cual suerte de reverso discursivo, las linoleografías de Manuel Quesada vuelven miras hacia el calmo paisajismo de formas conocidas, apostando por el contraste entre la línea recia y la afiligranada delicadeza de las escenas reflejadas. Postura y técnica estas también asumidas por Jennifer Delgado para insinuar, más que delinear, sus gráciles figuraciones de nebulosa humanidad, prestas a diluirse, al menor suspiro, en su propia melancolía.

Desde la monotipia prevaleciente en las obras de Cáceres y Cárdenas, Mario Cruz imbuye las preceptivas de una alegría colorista, cuyo trazo remite a la suerte de ingenuo expresionismo que subyace en ciertas áreas de la ilustración de libros para niños. Secundado es por las graffiteras estilizaciones de sino infantiloide, concebidas por Lisbeth Ledo.

Completan Impresiones 55 las serigrafías de Moisés Finalé, composiciones asentadas sobre las innegables influencias de Picasso y Lam; las gráciles monotipias abstractas de Susana Soria; la fantasiosa mixtura técnica de Alejandro Saínz, quien desencadena sobre la cartulina una jocosa apropiación de la figuración egipcia; y las colagrafías de Raimundo Orozco, las cuales delatan un amplio espectro temático que va desde el suave erotismo femenino hasta la marina de singular concepción.(Tomado de RCM)

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