Agua dulce, agua salá: Las nostálgicas revisitaciones labriegas de Alfredo Sánchez Iglesias

Entre los íconos proletarios y humildes, sinónimos de dura entrega al trabajo eterno, que el discurso propagandístico cubano ha explotado hasta la más alienante tautología, coadyuvante del rechazo o (en el mejor de los casos) la indiferencia de los receptores, se encuentra el campesino…y el pescador como una extensión marina de este. Víctima pasada de los terratenientes y latifundistas, resulta víctima presente de la subestimación y la obliteración citadinas, pues poco tenía que hacer en “un futuro de hombres de ciencia”, que ya poco o nada tiene de posible.

 

Reducido a la otredad como sinónimo de subdesarrollo por el mainstream preceptivo nacional, cuyas mandíbulas baten de risa ante las estereotipaciones humorísticas (Antolín el Pichón) y baten palmas ante los artificios musicales (Polo Montañez); el campesino cubano ha sido revisitado desde aristas artísticas más responsables, con preeminencia de la obra audiovisual de Nicolás Guillén Landrián (Osiel del Toa, 1965) y de la Televisión Serrana, libres de ralos pintoresquismos. Por semejante derrotero busca transitar el artista Alfredo Sánchez Iglesias con su muestra Agua dulce, agua salá, inaugurada en la galería Mateo Torriente, de la UNEAC en Cienfuegos, con la cual presenta un giro formal en su obra, asentadas muchas de sus piezas previas en la estética del ícono religioso bizantino, resignificada desde la inserción en los cuadros de motivos cubanos tan costumbristas como la yuca, el tabaco y la propia efigie del campesino.

Mas con la serie Experiencias heroicas, protagonista plena de la exposición, el creador renuncia a las esplendentes formas heredadas de Andréi Rubliov, para apelar al realismo (¿socialista?) de la imagen fotográfica preconcebida para medios de prensa, reconnotándolas en los collages que integran dicha serie. No abandona del todo su vocación iconográfica, al reconnotar en primer lugar a estos “labriegos y pescadores desconocidos cubanos” con la consabida aureola y algún que otro elemento, como una túnica de arpillera.

Entreteje Alfredo las efigies deificadas con elementos naturales como las hojas de tabaco o bien los extraña en parajes oníricos, pero nunca ajenos a las acciones de labranza, para estructurar un homenaje de lírica delicadeza y sincera postura, donde la categoría de “héroe” y la noción de lo “heroico” vuelven a ganar sentido, gracias a la ausencia de pretensiones manipuladoras para con los públicos y con los propios entes reflejados. Reto del cual Sánchez Iglesias sale igualmente ileso en Agua dulce…, cuando mixtura sus labriegos con los sí muy conocidos José Martí y Ernesto Guevara, igualmente (o más aún) victimizados por el propagandismo chato y reduccionista. Al combinar estos íconos muy particularizados con los íconos-tipo del campesino, el pescador anónimos, consigue un equilibrio de fuerzas, libre del clásico pasquín, donde la figura central es seguida por la horda de mente-colmena. Todo lo contrario…

Tiene Alfredo Sánchez Iglesias como invitado en su muestra, a Roberto Mario Jiménez, cuyas elucubraciones oníricas de clara prospección surrealista, delatan mano diestra y una búsqueda formal promisoria. (Tomado de RCM)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Categories