El jazz tiene intrínseco avivar sentimientos y traspasar fronteras. La capacidad de partir el alma y andar miles de millas en una sola canción. No soy musicóloga, pero intento aprender, escuchar y adentrarme en ese viaje que propone la música. Hoy daré mi versión de lo que fue el Jazz Plaza 2020, no como periodista, sino como espectadora.
Sin temor a equivocarme, y solo comparado con el CUBADISCO, Jazz Plaza es el evento musical de mayor envergadura en Cuba, no solo por la calidad artística, sino en términos de espacios y cantidad de presentaciones. Surgió como una descarga entre amigos, que por su calibre y originalidad ha perdurado en el tiempo.
Es un evento codiciado y con prestigio en los circuitos internacionales de festivales de jazz, una afirmación confirmada por la participación de más de 70 artistas extranjeros, de 13 países, en la edición de 2020.
Hasta La Habana y Santiago llegaron figuras internacionales de primer nivel, que junto a los locales intercambiaron sonoridades y experiencias, porque, vale destacar que, más allá del espectáculo, el Jazz Plaza tiene como colofón el simposio teórico Leonardo Acosta In Memorian.
En su amplio programa, el simposio abarcó desde la influencia de grandes figuras de la escena sonora cubana como Adolfo Guzmán y la historia de este género, hasta los retos de la industria musical cubana. Lo teórico se fusionó con lo práctico, y esa es la experiencia que vale destacar.
Alrededor de una veintena de espacios acogieron el festival, con más de 100 presentaciones en seis días, en las que, de forma general, primó la calidad.
Otra de las virtudes que engrandece esta fiesta del jazz es que aúna en una misma semana a la mayor cantidad de géneros musicales posibles, incluida la música popular cubana y extranjera.
Cuba cuenta con una cantera inmensa de virtuosos instrumentistas, algunos conocidos internacionalmente, porque se han dado la tarea de hacer una carrera en solitario a “fuego y sangre”, y otros, igual de talentosos, que viven a la sombra del nombre de agrupaciones de mayor formato.
Ellos merecen los aplausos y ese es otro de los méritos del Jazz Plaza: los espacios concebidos para mostrar ese talento, en “descargas” en solitario o como invitados de artistas de renombre en conciertos en que no fueron segundos de estos.
Este festival visibiliza lo que hace mucho podemos llamar “jazz cubano” y a su vez nos trae lo mejor del mundo. Figuran en esta lista, desde Cuba, personalidades como Bobby Cárcases, Alejandro Falcón, «Maraca» Valle, Eduardo Sandoval, César López, Roberto Fonseca y una lista interminable de músicos. No se separa de las tradiciones, sino que las rescata; toma las mejores experiencias y visibiliza el trabajo de grandes como Juan Formell, Irakere, el Conjunto Chapotín u Omara Portuondo.
A un evento de tal magnitud siempre lo afectan cuestiones logísticas. Me refiero a problemas acústicos, presentaciones de primera categoría en espacios no tan grandes; por ejemplo, el homenaje a Los Van Van, en el que decenas de personas se quedaron de pie por falta de asientos en la sala Covarrubias del Teatro Nacional, o incluso desorganización en la mayoría de los teatros, como han señalado algunos foristas en comentarios de trabajos anteriores.
Otro punto, que quizás fue bueno para algunos y malo para otros, es la cantidad de presentaciones estelares en una misma hora y en puntos distantes. Les confieso, fue difícil elegir. Aunque vale destacar que el programa jugó con ese factor y muchos artistas repitieron en más de un lugar. Pero las galas donde se unieron craks del género, fueron únicas e inigualables.
Hay que aplaudir al Jazz Plaza y ojalá que otros eventos se cuelen de esta manera en el público cubano y que se mantengan y evolucionen en el tiempo. Hace falta cultura, sentir y palpar el arte, vibrar con la música. Vi muchos interesados en el programa, decenas de personas en las calles con sus credenciales colgadas, muchos elogios en redes sociales. Al menos yo, siento que se respiró jazz en La Habana.
(Tomado de Cubadebate)
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