Cienfuegos, ciudad de las “pequeñas tazas”

El encabezamiento puede resultar extraño y sugerente para la mayoría de los lectores, pero créalo o no, muchos cubanos, incluidos los cienfuegueros, han leído bastante sobre el tema. Lo que sí pueden no saber es que la frase entrecomillada en el título se escribe kupellon en griego, que esta dio lugar a la italiana, con raíces latinas, cupella, y así llegamos al término castellano cúpula.

Un largo ¡aaahhh! cruzará por sus mentes, y de pronto tendrán ante sus ojos una imagen virtual del parque José Martí en Cienfuegos, con sus conocidísimos domos, hitos principales de un Centro Histórico Urbano (CHU) declarado Monumento Nacional el 22 de abril de 1995, y de cuyas 90 manzanas, 70 se encuentran incluidas en el área declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, el 15 de julio de 2005.

Y no por recurrente, el tema deja de ser atractivo, pues este tipo de elemento arquitectónico está presente en las construcciones humanas desde los inicios de la civilización, pasando por los imperios romano y bizantino, recibiendo influencias de religiones (islámica y ortodoxa rusa), y transitando por la Edad Media y el Renacimiento europeo hasta nuestros días, con estilos (barroco, neoclásico…) y técnicas múltiples.

En esta urbe ecléctica, las “pequeñas tazas”, muy lejos de la riqueza ornamental reconocida a sus similares italianas, rusas o estadounidenses, aportan un toque especial, mágico, al horizonte que de ella obtiene la mirada sensible que por vez primera la recorre, parta de una tímida embarcación en la bahía o del avión que la rodea antes de posarse en su aeropuerto.

 

Muy probable es que no exista en Cuba un CHU, el cual, con sólo 0,9 kilómetros cuadrados de superficie, exhiba tal profusión de domos, desde los archiconocidos en las postales turísticas hasta los más humildes nunca recordados, porque de 26 ejemplares contabilizados en los archivos de la Oficina del Conservador de la Ciudad, doce se empinan al cielo en ese espacio excepcional.

Así, hallamos la cúpula más alta (en la Catedral de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, con 42 metros), la mayor dentro de la urbe (Palacio de Gobierno, con un diámetro de 14 m y una altura de 39), las estilizadas (Palacio de Ferrer y antigua Asociación Canaria), la musical (Glorieta del parque Martí), las abovedadas (Biblioteca Provincial y Ayuntamiento), la cubierta con planchas metálicas (Palacio de García de la Noceda), y las liliputienses (vivienda de San Carlos, entre Prado y Gacel; y el edificio donde radica Azcuba).

Sin embargo, las catorce restantes no son menos hidalgas, pues entre ellas aparecen las de los cementerios de Reina (panteones) y Acea (bóveda de la familia Fernández Matamoros), las tres pétreas y heráldicas de la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, las bizantinas (Palacio de Valle), la del acceso elegante a Villa Emilia (en Buenavista), la de cerámica vitrificada color naranja (residencia de la familia Rodríguez Trinidad), las gemelas verdiblancas (antiguo Cienfuegos Yacht Club) y la más impactante de todas: el domo de hormigón armado perteneciente a lo que debió ser el primer reactor de la Central Electronuclear de Juraguá, con 38 metros de diámetro y 76 de alto, más ancho que el del Capitolio de La Habana, pero aproximadamente 16 m más bajo. Nada, que podría albergar uno de los mayores Planetarios del mundo si alguien se propusiera tamaña idea regeneradora…

Cercanos ya a las 20 décadas de la fundación de la Colonia de Fernandina de Jagua en este sitio privilegiado de la geografía insular cubana, recapacitemos sobre los siglos de sabiduría y belleza acumulados en las coloridas cúpulas sureñas, disfrutémoslas siempre contra el turquí que nos cubre o la esmeralda que nos salpica, y hagamos un brindis con “pequeñas tazas” repletas de amor por la identidad que nos regalan.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Categories