Gracia, imaginación y una técnica pulida son apenas los primeros adjetivos que armonizan y distinguen la obra de Leoneski Buquet, quien –para ser exactos– todavía no se despoja del miedo de enseñar en público sus textos.
Es que antes de ser escritor o siquiera esbozar unos trazos sobre el papel, se suponía que se graduaría como Ingeniero en Instalaciones Energéticas Navales y que trabajaría bien cerca de las Tropas de Guardafronteras. Al menos este era el curso real definido para un cadete disciplinado, egresado de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos.
Como la vida a veces se escribe en renglones torcidos, a los tres meses de llegar a la Academia Naval Granma estaba en un punto de no retorno, donde todavía no figuraba la literatura, pero tampoco la vida militar.
No fueron el amor o la alegría los sentimientos que provocaron sus primeras líneas, sino el dolor de la muerte, lo que calcó en unos cuantos versos octosílabos. Entonces, volvieron de un tirón los libros de la infancia, los retazos engavetados, el empujón de la familia y las ganas de hacer y pensar la literatura como algo más que un pasatiempo o un desahogo espiritual.
De Ciro Redondo a los talleres literarios Santa Palabra y Compay Grillo, bajo la tutela de Eduardo Pino y Félix Sánchez, respectivamente, llegó con la vehemencia de quien quiere recuperar el tiempo perdido y con pasión fue moldeando su voz lírica. Niños así de grandes fue el proyecto de libro de poesía infantil aprobado en el Plan Editorial de Ediciones Ávila, en cambio, lo que vino después no era una probabilidad calculada.
Testamento de sombras se alzó con el Premio de Poesía de Primavera, y El diablo está en los detalles mereció el Portus Patris, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz en Las Tunas, por el mérito de aunar seis cuentos que exponen distintas situaciones personales ancladas a la realidad cubana.
En puntos suspensivos se mantuvo su ingreso al Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso hasta que llegó la aprobación, y con la beca de creación Caballo de Coral cerró un ciclo que puede devolverle la posibilidad de imprimir este año el ejemplar Con los ojos cerrados, compendio de cuentos que rozan el absurdo y el realismo mágico, con un narrador personaje que matiza sentimientos, situaciones, y un lenguaje balanceado entre lo irónico y lo coloquial.
Saberse en un momento de experimentación, en un camino literario construido a base de prueba y error, sería la descripción más exacta de la obra de Leoneski, que hasta ahora parece tan variopinta como existencial y comedida. Aunque sus libros no han salido al mercado, verlos en blanco y negro será satisfacción visceral y confirmación de sus desvelos.
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¿Qué autores han influenciado tus textos?
Las primeras lecturas no fueron encaminadas por nadie, sino que iba a la biblioteca y pedía un título. Recuerdo al Corsario Negro y muchos cuentos de Onelio Jorge Cardoso. Después comencé a interesarme por la décima y me acerqué a Modesto San Gil, José Alexis Díaz Pimienta y José Luis Serrano. Estas primeras influencias las mezclé con clásicos de la literatura cubana y universal, sugeridos en los talleres literarios, y, entonces, descubrí otro mundo de significados.
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¿Son importantes los talleres literarios para la preparación de un escritor?
El taller literario es el espacio donde se puede decantar qué vale o no la pena. Mis primeros textos cumplían con los requisitos formales de estilo y métrica, pero trataban tópicos muy personales y frecuentes como el amor, porque solo eran descargas que hacía sobre el papel.
Esto lo comprendí allí cuando Eduardo Pino me incitó a salirme del canon de la décima. Además, me ayudaron a visibilizar qué tipo de obra quería hacer y me dieron las herramientas para lograrlo. Entre los escritores decimos que el primer objetivo de un taller es formar buenos lectores.
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¿Qué es lo que más valoras en tu formación?
Me importan mucho las lecturas que pueda acumular. Algunos dicen que se nace escritor, aunque en mi opinión son el tiempo y la dedicación quienes lo construyen. Hay que ir de más a mucho más, porque tan importante son los clásicos como los autores contemporáneos. La madurez literaria, en parte, depende de eso y de la posibilidad de valorar un libro con otro y encontrar siempre mejores resultados.
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¿Entiendes la literatura como un oficio o un modo de asumir la vida?
La literatura me permite decir cosas que de otra forma nunca expresaría, es mi momento de relajación y de llenar vacíos. Hablo de mis preocupaciones, deseos y obsesiones, y vuelco al papel mis experiencias del día a día. No la veo como un oficio o un modo de sustentarme, para ser exactos, es un plan B, porque lo primero es un trabajo que te garantice solvencia económica, que en estos días no se logra necesariamente por la cantidad de libros publicados.
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Entre la poesía y la narrativa, ¿con cuál te sientes más cómodo?
Me muevo de la poesía a la narrativa y leo todo lo que me cae a mano, tanto que ya me han aconsejado organizar las lecturas. Sin embargo, con la poesía siento cómo las metáforas y sentimientos fluyen mejor.
Lo que escribo hoy no se parece en nada a mis primeras líneas y eso me hace feliz porque denota cierta madurez en mi trabajo. Tengo textos inéditos que no he mostrado nunca porque pienso que la siguiente versión puede ser mejor aún. En cuanto a la literatura infantil, ha sido un desafío asumido por la inspiración de mi niño Samuel. Quiero que sepa que su papá también escribe para él.
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¿Cuán difícil es ser un autor inédito en Cuba?
Existen muchas posibilidades para la superación y el Sistema de Ediciones Territoriales ayuda a visibilizar cada año la obra de muchísimos autores jóvenes, a lo que se suman los concursos y las cinco editoriales adscritas a la Asociación Hermanos Saíz.
Sin embargo, salir del anonimato, conformar un proyecto de libro y competir siempre son desafíos y el miedo al fracaso está.
Hay momentos en los que dudo y tengo miedo de revisar, por eso trato de ser exigente con mis textos y la primera idea de mejorarla, aunque otras veces elaboro el último verso y después concibo el resto.
Lo cierto es que se necesita mucho martillo y cincel para lograr el buen acabado de un poema, y el miedo a la crítica o a que no sea suficientemente bueno siempre está presente.
Entonces… ¿confías en los concursos literarios?
Al respecto hay muchas opiniones encontradas y hay quienes dicen que los concursos vienen con nombres y apellidos. Creo que los jurados deben defender la obra por encima del nombre. En mi caso, he enviado mi trabajo a diversos certámenes y he ganado y perdido en igual proporción; sin embargo, sigo haciéndolo porque competir es apenas el primer paso.
(Tomado del Sitio de la AHS)
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