Edgardo Martín en la memoria y otros primeros compases

Imagino que la severidad del porte de Edgardo Martín habría cedido ante el entrañable compromiso de los artistas, en su mayoría jóvenes, que interpretaron sus obras en la celebración del centenario de su nacimiento du­rante los primeros compases del 28vo. Festival de La Habana de Mú­sica Con­tem­porá­nea, auspiciado por la Uneac.

Al escuchar en la jornada inaugural, el pasado sábado en la Basílica de San Francisco, Fugas para orquesta de cuerdas (1947) y luego, en la sala Covarrubias, Concertante para arpa y orquesta (1944), evoqué los predicados éticos —el arte sin esa dimensión era impensable para él— del compositor cienfueguero, miembro activo del grupo Renovación Musical en los años 40 y perseverante promotor y pedagogo en tiempos de Re­volución.

Tanto en una como en la otra partitura —la última ejemplarmente in­terpretada por Mirta Batista como so­lista— se revela, más allá del em­pa­que neoclásico y el ascetismo formal, una esencial cubanía.

 

En la Basílica hubo más de un momento significativo. Además de la obra de Edgardo, la orquesta Música Eterna, bajo la dirección de Guido López

Gavilán, se responsabilizó con el estreno absoluto de Acrílicos en el destino, de Eduardo Martín, con el propio autor en calidad de solista en la guitarra. Que sea una pieza de agradecida audición no quiere decir que su ejecución sea expedita: ciertas tran­­siciones rítmicas en las cuerdas y una exigente digitación en la guitarra demandan una vocación virtuosa de los intérpretes, puesta de manifiesto en el concierto.

Liederista de recia estampa, Héc­tor Angulo, mediante la soprano In­dira Echevarría, el pianista Gabriel Cho­rens y la flautista Kirenia Do­mín­guez, regaló un breve ciclo de canciones, Poemas griegos, con ver­sos de la mítica Safo.

La Schola Cantorum Coralina, ba­jo la dirección de Alina Orraca, desplegó parte de su repertorio, incluyendo el clásico Iré a Santiago, de Roberto Valera con texto de García Lorca. Pero lo que llamó más la atención fue la ejecución entre nosotros por primera vez, y con el autor en el público, de After the fall, del norteamericano Michael Mu­rray, quien re­flejó la atmósfera so­brecogedora y a la vez esperanzadora de los versos de Jodi Kanter escritos un año después del atentado con­tra las Torres Ge­me­las.

En medio de la entrega sabatina quedó lo más impactante: la comparecencia del pianista Cecilio Tie­les. El maestro ejecutó dos obras que desde diferentes perspectivas dan cuenta de la renovación de la pianística en los últimos 20 años: Diurno y pos­t­ludio para ma­no derecha (1994), de Juan

Piñera; y Os­cu­re­cimiento gradual (2005), de Or­lan­do Jacinto García.
Si en una, Piñera recorre toda la gama de posibilidades expresivas y estilísticas —desde lo dramático a lo paródico— permitida a un pianista que utilice solo una mano, lo cual exige el más riguroso virtuosismo, en la otra, García economiza sonidos y prodiga silencios en función de una atmósfera minimal que recuerda los mejores logros del japonés Toru Ta­kemitsu. En ambos casos Tieles re­sultó más que convincente.

La velada sinfónica dominical se definió en dos partes. Durante la primera, después de la obra de Martín para arpa y cuerdas, Roberto Valera estrenó Son, de Ariannys Mariño, y trajo de vuelta una de sus más significativas composiciones, Concierto por la paz, para saxofón y orquesta. En realidad Son es solo la tercera parte de una obra mayor de Mariño dedicada a Alejandro García Ca­turla. Pero por lo escuchado, valdría la pena que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), más temprano que tarde, la es­trenara completa. La joven com­po­sitora exhibió una atrevida lucidez en la forma de reciclar y reinventar la célula rítmica del popular género cubano.

La partitura de Valera sigue asombrando por la coherencia de una estética ecléctica, anticipadora de corrientes postmodernas, y el discurso del instrumento solista, a cargo de un saxofonista todoterreno, Javier Zal­ba. Su interpretación, que incluyó en la voz de propio autor-director la lectura de los versos inspiradores de Saint John Perse, llegó en esta ocasión como testimonio de solidaridad con las víctimas del terrorismo.

En la segunda parte del programa, Guido López Gavilán, al frente de la OSN, estrenó en Cuba D’ improvviso un giorno, de la italiana Ada Ge­n­tile, cuyo título retoma un verso de su compatriota Sal­vatore Qua­simodo perteneciente al poema Ya la lluvia está con nosotros y que se corresponde con una sensación de tiempo transcurrido sin sobresaltos.

López Gavilán cerró la velada con una obra predestinada a dejar huella: Danzonchello, movimiento orquestal a partir del núcleo rítmico del danzón con un violonchelo so­lista. A las notables progresiones del material temático original se sumó una ejecución fuera de serie por parte de Alejandro Martínez.

(Tomado de Granma)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Categories