Muchos calificativos pudieran atribuírsele a Samuel Feijóo, entre ellos, los de escritor, pintor, poeta, narrador, investigador o promotor cultural, por solo citar algunos. Mas, lo que en verdad lo distinguió por encima de esas cualidades, fue su cubanía sin par que lo sitúa como una de las figuras más emblemáticas y distintivas de la cultura cubana y universal.
Tal es el arraigo del hombre que este 31 de marzo hubiera cumplido 105 años, que tras haber vivido en el siglo xx, su presencia trasciende hasta la actualidad y hacia el futuro con una hidalguía que solo pueden exhibir las grandes personalidades.
Samuel, artista popular de trepidante gracia, se rebeló desde los inicios contra todo lo estéril del mundo; desobedeciendo los convencionalismos burocráticos y todo lo rutinario que lo rodeaba, apoyado en sus sueños de justicia y la incansable sed de belleza que siempre lo acompañó, apoyándose para ello en sus cuerdas «locuras».
Todavía muchos se preguntan cómo fue posible el olvido que sufrió por años el creador de las revistas Islas y Signos, aquel cubano que sin tener una formación académica, logró dejar su huella en cada una de las manifestaciones del arte en las que incursionó.
Fue autor de numerosas obras de corte costumbrista, un sinnúmero de poemas y novelas tan icónicas como Juan Quinquín en Pueblo Mocho y Gil Jocuma, las cuales se cuentan entre sus creaciones literarias, que a veces graficaba con sus propias ilustraciones.
Asimismo, entre la espesura montuna de la obra del sensible Zarapico, se destacan los temas folclóricos, la mitología y las fabulaciones de los campesinos cubanos, de donde surgieron decenas de cuentos, fruto de su alegre imaginación del país y de los extraordinarios sucesos populares de la campiña cubana.
Al respecto, Alejo Carpentier expresó que Samuel Feijóo «nos ha revelado cuán honda, universal, ecuménica, puede ser, en ciertos casos, la sabiduría de nuestro pueblo. Los ingeniosos, simpáticos cuentos cubanos populares de humor, reflejan el placer por la sorpresa, la exageración, la picaresca, la agudeza del concepto, o bien la sátira que es útil, sana, correctiva, contra la tontería, la torpeza, la avaricia…».
Razón tuvo el poeta Roberto Fernández Retamar, cuando al prologar su libro Dibujos, se preguntó: ¿De dónde ha salido este andariego Samuel Feijóo, que si alguna vez está unos días en La Habana, es para recordarnos que hay en la isla yerbas, bejucos, lomas, árboles y matorrales intrincados (…) para recordarnos, también, la miseria y sin embargo la esperanza y las canciones de los guajiros entre los cuales vivía, como un extraño rey, profetizando ese tiempo de justicia que ha llegado con la Revolución?
Menos conocidas resultan sus creaciones plásticas, acerca de las cuales expresó que era un tipo de poesía que no le ofrecía la literatura y una forma de sacarse los jardines que le crecían adentro. Por su calidad probada,
muchos de sus dibujos, pinturas e ilustraciones forman parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.
Trabajó también el periodismo. Durante 1940 y 1950 redactó para la revista Bohemia diversos reportajes sobre actualidad nacional, en los cuales criticaba males y vicios públicos, y también colaboró en Carteles, Orígenes, El Mundo, Revolución, Granma, Hoy y Signos.
Por la trascendencia de su obra, Feijóo recibió numerosos premios a lo largo de su carrera, entre los que habría que destacar el de la Cultura Nacional en 1981 y el Alejo Carpentier, entre otros galardones.
(Tomado de Granma)
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