Letras como espadas

«¿Por qué escribir? ¿La vida es una mera excusa para crear textos literarios? ¿Por qué la vida tiene que ser necesariamente una rúbrica? ¿Es acaso tan pobre cosa, tan insustancial? ¿La escritura le da carnadura a esta ilusión de que lo representado afianza la vida?».

Así se pregunta el personaje principal de la obra que cierra el libro Quillas como espadas de Oscar Barrientos Bradasic y otros relatos (Editorial Letras Cubanas, 2015); y una podría suponer que esa obsesión por dejar plasmada la existencia mediante palabras también asalta a todos los autores representados en este cuaderno.

La pieza ganadora, la primera mención y las menciones de la decimocuarta edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (2015) se reúnen en el volumen, que más allá del mérito de permitirnos disfrutar de un género tan apasionante y estremecedor como es el cuento, también facilita conocer cuáles son sus tendencias contemporáneas en la lengua española.

Más de 200 obras de diversos países se presentaron a esta convocatoria del prestigioso certamen, con sede en la Isla, cuyo jurado fueron Tununa Mercado (Argentina), Zaida Capote y Rogelio Riverón (Cuba).

Abren estas páginas con el premio, Quillas como espadas, de Oscar Barrientos (Punta Arenas, Chile, 1974), una narración de aliento surrealista y escenario marítimo donde la realidad deja de ser obvia y del cual, para declararlo ganador, se destacó «la elegante soltura en que un relato, de trama tan inhabitual como su paisaje, arriesga imágenes ambiciosas para conseguir una atmósfera a medias ilusoria, entre el ensueño y la vigilia, donde la luz pueda deslumbrar sin iluminar, y la historia consigue borrar la realidad».

Pero culminado este cuento quedan Grand Slam, de Atilio Caballero (Cienfuegos, Cuba, 1959), donde el intento de rescate de una pelota de tenis caída en la cueva de un cangrejo deviene pretexto para entrever un espacio de opresión marcado por la relación padre-hijo y pasado-presente.

Y luego, La otra cara, de Liliana Allami (Buenos Aires, Argentina);  Escucha al pájaro mosca, de Carlos Esquivel (Camagüey, Cuba, 1968); Como si estuviera sucediendo, de Horacio Martín (Argentina, 1954); El espantapájaros, Rodrigo Urquiola (La Paz, Bolivia, 1986); y El último cuento sobre mi hermana, Irma Verolín, (Buenos Aires, Argentina).

Personalidades ocultas, reencuentros que no hacen sino ahondar las distancias, insatisfacciones, sentimientos suicidas, celos, violencia,  extrañamientos familiares… todo ello se mezcla en estos relatos tan complejos como lo es la naturaleza humana, pero que impulsan a vivir, porque –como dice otro de los personajes–  «¿Sabes cuál es el camino más corto? El que no te atreves a recorrer».

El cuento es un universo resumido; para crearlo se necesitan maestría en el dominio del lenguaje, concisión, dotes imaginativas y hasta filosóficas… por eso es tan importante que se promuevan sus mejores exponentes, que el público los conozca y pueda acceder a sus creaciones.
El último cuento sobre mi hermana cierra el libro; allí, el personaje con cuyas interrogantes inician estas líneas intenta responderlas. Fíjese que donde se habla de la escritura, podría colocarse la lectura… y encontrará más razones para ir a una cita con Quillas como espadas…

«Escribir… es también una manera de estrujar el tiempo. Operando sobre el tiempo, tenemos la ilusión de que logramos afectar el centro de la vida de alguna retorcida forma. Qué duda cabe de que la maniobra se vuelve riesgosa: siembra la sospecha, pero es un intento al menos de no sentirnos a merced de las circunstancias. Las letras se acomodan una detrás de otra en una secuencia temporal indiscutible. ¿Qué más se puede pedir? Las imágenes dentro de la cabeza se superponen, se desplazan, se borronean, no hay estrategias que logren domesticarlas, sin la escritura estaríamos perdidos».

(Tomado de Granma)

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