Leyendas del parto

Leyendas del parto

A la manera del Cantar del Mío Cid, las letras del inca Garsilaso, la oración de Gettysbourg o el Himno recitado por Perucho a los bayameses a lomo de su caballo Pajarito, el Romancero de Jagua, de Florentino Morales, deberá ser convertido por la posteridad en referente, emblema, inmarcesible plasmación socio-literaria y símbolo de la comunión entre el espíritu/ideario/imaginario de unos hombres con un sitio, una época y un sentido de trascendencia en el tiempo.

 

Lugar, momento, signo fueron —en esta obra del autor—, ese Cienfuegos de aprehensión orbicular visto desde su protohistoria con la convicción de que era merecedor de romances semejantes, por la hidalguía de sus hombres, el cariz de sus hechos y la belleza de sus leyendas.  Ello, mediante el acogimiento vindicador de imágenes todas cuya intención primera inducen a testimoniar, desde la perspectiva a prueba del tiempo de la palabra escrita, el tributo — sedimentado a través de los años— de sus moradores a la ciudad, empeño en el cual el creador no podía dejar de ser el más aconsejable intermediario, debido a sus virtudes y filias sabidas. El libro resulta, sobre todo, la expresión del lazo entrañable establecido entre el escritor y la villa.

En Romancero de Jagua, volumen de la Editorial Mecenas (con magnífico prólogo de Aida Peñarroche, editado y corregido por J. M. Gómez, bajo el concepto de diseño de portada a cargo de Nelson Costa), el finado Morales habría de mostrar una altura intelectual capaz de dotar a la leyenda, la tradición o el suceso histórico de esa poesía que encamina la andadura del texto rumbo a la inmortalidad: de insuflarle pulsión, pasión, vibraciones, e incluso sentidos nuevos a lo que en algún caso pudo ser solo silueta inane, matemática semblanza, nota de color. O en circunstancia diferente, el registro factual de Enrique Edo, Adrián del Valle, Pablo L. Rosseau, Pablo Díaz de Villegas u otro rastreador de orígenes.

Se aprende, ama, sufre y respeta al leer tan singular crónica versificada de gestas, héroes y andares de a dos pasos de casa, este rosario de viñetazos filiales que te conducen de vuelta al hogar donde nació el primer niño de la ciudad, para oír los gritos de vida de la criatura, las interjecciones del goce paterno; al ciclón de aquel maldito 1ro. de octubre de 1825, cuando «el horror halló su sitio en el corazón de todos»; al inicial rotativo cancelado por D’Clouet: «Tenso de afanes y líos, con palabras destempladas, suspendió el periodiquito y fustigó a sus autores con enérgicos epítetos» (Florentino sabía que nunca ha sido fácil este oficio); al fusilamiento del heroico Leopoldo Díaz de Villegas, cuya «atractiva estampa era imán de las mujeres  y su ilustración el pasmo de los hombres más sapientes»; a Clotilde, La Hija del Damují; a Consuelo, la bella y querida hija de famoso tonelero, seducida y vejada por un marino sin alma; al Fantasma de Canarreo; a La Castellana y tantos otros pasajes marcados en la memoria de Fernandina de Jagua.

(Tomado de Cinco de Septiembre)

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