Los Novo deben ser escuchados.

Pedro y Roberto, los hermanos Novo, tienen mucho que decir y merecen ser escuchados. En Cien­fuegos, donde nacieron, viven y trabajan, se sitúan junto a Lázaro Gar­cía en la vanguardia del movimiento trovadoresco, al que luego se han sumado Yunior Navarrete, Ariel Barreiro y Nelson Valdés. Si se les conoce mejor en esa ciudad y casi se les desconoce a escala nacional, es porque todavía padecemos de  insuficiencias en la promoción y la debida jerarquización de valores a una escala realmente nacional.

Ambos, por ejemplo, fueron ga­nadores de los principales premios de composición del Concurso  Adol­fo Guzmán allá por los 80. ¿Qué su­cedió después, qué seguimiento se dio a sus carreras? Nin­gu­no. ¿Cómo se ha promovido su discografía? De forma intermitente. ¿Quiénes y có­mo se atiende su programación más allá de los límites territoriales?

 

Ellos, los Novo, no se arredran y siguen en lo suyo, con calidades so­bradamente demostradas y conceptos sólidamente consolidados a lo largo de tres décadas. Todos los do­min­gos, en la sede del Comité Pro­vincial de la Uneac, animan la jornada Trova de Guardia, y llevan su mú­sica a los municipios y comunidades del territorio. Silvio Rodríguez los acom­­­pañó en esta última experiencia.

El Centro Pablo de la Torriente  Brau los acogió el último fin de se­mana en el espacio A Guitarra Lim­pia. El poeta Víctor Casaus ha hecho de esa institución un espejo de lo que puede y debe hacerse sin lujos pero con racionalidad y pasión por el arte y la memoria.

Formato mínimo, probada eficacia. Basta una guitarra, la flauta de Geydi Gómez, la percusión de José Carlos Hernández y los coros de Ivet Morales para que fluyan las canciones. Muchas de ellas, dedicadas a la ciudad (Donde brisas y olas y Una ciudad mejor) y sus personajes (Los viejitos de mi parque y una evocación de Eusebio Delfín que empatan con el clásico Y tú qué has hecho) y otras al amor, la amistad y las razones humanas de existir.

Entre estas últimas hay una verdaderamente sobrecogedora por su sentido poético y refinada elaboración intelectual, José y María, que transpola el mito de la natividad a un día cualquiera de este siglo en la ruta de dos transeúntes que piden “botella” en la Autopista Nacional. Y otra, Ánimo, gente mía, que trans­­mite una lección de optimismo para los tiempos difíciles.

A la guajira le deben buena parte de sus canciones, reconvertidas en tonadas actuales de hálito sutil. Pero también a la guaracha en la línea satírica de Ñico Saquito, Pío Leyva, El Guayabero y Pedro Luis Ferrer, apropiándose a la vez del expansivo hu­mor de su ilustre coterráneo Sa­muel Feijóo. Piezas como Lo que no digo y La puerquirreunión, de ser difundidas oportunamente,  es­toy seguro tuvieran un impacto se­mejante al de las sabrosas creaciones de Tony Ávila.

(Tomado de Granma)

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