Mujeres al borde de mis nervios: El lírico erotismo de las mujeres de Orozco

En toda la historia de las artes plásticas, la mujer ha sido uno de los motivos y motivaciones visuales más reiteradas, desde las rituales venus paleolíticas de Willendorf y Lespugue, hasta los bijin-ga de Utamaru y las erógenas damas de Klimt, cual obsesiva indagación en misterios del género y el sexo, nunca esclarecidos, que mantienen en perenne sigilo a los artistas masculinos; al hombre en general.

Prefigurar la silueta femenina una y otra vez, desde la más sensual pose hasta la postura más ingenua, es reiterado intento por captar ignotas, casi divinas esencias, que hurtan el cuerpo a los creadores. En la memoria genética de la Humanidad parecen pervivir las atávicas honras del cazador y el guerrero a la sacerdotisa, la regidora, la madre, la curandera, la chaman de los prehistóricos regímenes matriarcales, detentadoras de poderes y saberes cuya profundidad resulta ajena a las más elementales preceptivas de los hombres “de acción”.

 

La muestra de grabados de técnicas colagráfica, calcográfica y mezzotinta, en estado puro y mixturado, que bajo el título Mujeres al borde de mis nervios, expone el artista Raimundo Orozco en la galería Mateo Torriente, de la UNEAC en Cienfuegos, a propósito de la VIII Feria de la Estampa Impresiones 55, organizada por la Sociedad Gráfica de Cienfuegos, apela a la mujer desde un suave, casi onírico (omnipresente el sempiterno misterio) regodeo en las formas corporales y los rostros, como heredero de la eterna obsesión del hombre por las insondables dimensiones de la mujer, que como los siete velos sobre la conciencia, le ocultan el arcano definitivo.

Con una grafía sencilla, concomitante con la estética lúdica de un García Peña, pero signado por la picaresca libido de un Osneldo García, Orozco apela a los cromatismos fulgurantes y cálidos, incluso en las piezas donde prevalecen las tonalidades ocres, para equilibrar alegría y calma sensualidad; optimismo por la vida y una leve melancolía existencial. Estado del ser este último, que alza entre sus contemplativas mujeres y el espectador, un leve pero suficientemente opaco cendal para subrayar la sensación de ese eterno inaprehensible.

Equívoca entonces resulta la cercanía de estas doncellas, de estos cuerpos anónimos y arquetípicos, insinuados entre columnas (¿o barrotes?) de un fundamento misterioso, fantasiosa y concisamente bosquejados en espacios de cósmica monocromía. Los grabados de marras esconden, tras su aparente explicitez, el abismo seductor que se abre en un rostro de mujer, en un seno de mujer, en una mirada de mujer.

Engañosa es la prospección al estereotipo que pudiera apreciarse en algunos de las obras reunidas en Mujeres al borde…, donde el consabido maridaje entre fémina y flor acusaría tautología, mas Orozco salva los despropósitos facilistas desde una técnica depurada, concienzuda, cuya capacidad expresiva se concentra en la sutil insinuación más que en la nítida exposición, para mantener vivo el misterio…(Tomado de RCM)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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