No creo cometer una herejía si afirmo que Tomás Gutiérrez Alea fue el artista e intelectual más lúcido que produjo Cuba en la segunda mitad del siglo xx. Su figura, su carácter, su modo de dirigir y esa confianza absoluta que inspiraba en los actores, los guionistas, los camarógrafos y todo aquel que participaba con él en la creación de la magia del cine, le convirtieron en un ser legendario cuya sola mirada o un ademán inquietante de su rostro podían iniciar una polémica o terminarla.
Sabemos por el resultado de su cine que fue un renovador, un artista completo; y por sus textos, sus opiniones y su formidable libro Dialéctica del espectador, que fue también un pensador, un gran intelectual. Lo que nadie pudo suponer es que iba a calibrar toda nuestra vida como pueblo al adelantarse al futuro en su intensa y convincente labor. Es poco lo que puedo decir de esa doble condición que renovó a la vez el cine y el ensayo y que lo convirtió posiblemente en nuestro más certero pensador social. Solo puedo añadir que se transformó a sí mismo a lo largo de los años, venciendo obstáculos indecibles y luchando siempre, sin renunciar jamás a sus principios.
Desde su primer filme, su propósito fue destruir al cine como máquina de sueños para convertirlo en un acto de indagación y reconocimiento de una cultura popular preterida, humillada y descalificada, sin renunciar a la emoción, al placer estético y al goce del espectador ante el crecimiento de una buena historia.Su obra cumbre fue Memorias del subdesarrrollo, a partir del texto homónimo de Edmundo Desnoes.
Imposible valorar con brevedad esta obra. En principio, crea un nuevo género, el ensayo fílmico, con su correspondiente aparato crítico, con un argumento que se interrumpe a ratos para mostrar el envés de la trama, la causalidad histórica que está moviendo la vida de su personaje protagonista, Sergio, dentro de la historia de Cuba. Gutiérrez Alea crea así un filme autorreflexivo, en el que pudo utilizar los recursos del noticiero, el documental, el collage y la voz en off para narrar una historia personal que se bifurca continuamente hacia el más ambicioso sentido de explicar el carácter del subdesarrollo, la identidad cultural del pueblo cubano y el peso de una revolución social en él.
De Titón podemos decir con absoluta certeza que aprendimos a ser cubanos en su cine, conocimos parte de la realidad del arte a través de sus ensayos, nos sentamos a meditar con su correspondencia, y aprendimos a luchar con sus criterios y su ejemplo. Sabía más de nosotros que nosotros mismos. La suerte de haber trabajado con él estará siempre entre lo más extraordinario que me ha ocurrido como profesional.
(Tomado de Granma)
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