A Tomás Sánchez, considerado el pintor cubano vivo más cotizado, no lo conoce mucha gente en Cuba. No lo mencionan en la televisión o los periódicos. Con excepción de unos pocos iniciados, nadie reconocería su rostro o firma, aunque posean una jarra ilustrada con un cuadro de su autoría, acierto comercial y estético de la Colección Arte en Casa, pero tímido como acercamiento, si era esa la intención.
No existen muchos espacios en la Mayor de las Antillas donde establecer una relación directa con la obra de Tomás Sánchez. Yo apenas he visto unas pocas piezas: dos o tres en un museo de arte contemporáneo perdido en las lomas de Topes de Collantes —telas con costurones, empates, para alcanzar el tamaño pretendido; «en ese tiempo nada más había lienzo chino», comenta y se ríe— y una en la X Bienal de La Habana, Desde la cueva del corazón. Algunas otras las conozco por libros. De la mayoría no sé nada.
¿Cómo recuperar el tiempo perdido? Si le hubiera preguntado, él, quizás, respondiera: ¿qué es el tiempo?, o algo así, como restándole importancia al asunto. Pero yo sé y él, imagino, sabe, que casi un cuarto de siglo encierra mucha distancia y mucho silencio aunque, paradojas de la vida, haya permanecido cerca y nunca enmudeciera.
No obstante, ahora vuelve y parece un regreso real, de esos que pueden anunciarse en la prensa. Desde el pasado 23 de julio, el Centro Provincial de Arte exhibe 25 fotografías suyas bajo el título Notas al paso, tomadas en una época cuando no podía pintar, a causa de un infarto.
Segunda sede cubana de la muestra —antes estuvo en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam—, Cienfuegos fue privilegiada por contener a Aguada de Pasajeros, cuna del artista.
«Hubo circunstancias, sin hablar de ellas, que me forzaron, prácticamente, a emigrar fuera de Cuba. Primero a México, después a Estados Unidos y terminé en Costa Rica, porque allí encontraba un territorio más neutro y yo quería estar viniendo», admite.
No era tan «irse»…
«Claro, y en Costa Rica las personas son muy respetuosas de la forma de pensar de los demás.
«Me fui en el ’90 para México, iba y venía; en el ’93 fui a Estados Unidos y en el ‘95 ya vine a Cuba por primera vez. Desde entonces, en ocasiones he regresado muchas veces en el año, en oportunidades he estado años sin venir —cuando me dio el infarto, dos años.
«Siempre me mantuve participando en eventos colectivos, salones de paisaje, charlas; he sido tutor de tesis de estudiantes, en alguna que otra Bienal he tenido obras presentes, en subastas para beneficio de los niños con cáncer, por ejemplo…
«Pero, ahora, a partir de esta exposición, mi proyecto es tener mucha más presencia en Cuba y en mi provincia particularmente. También, en relación con los paisajistas, quiero promover el diálogo, porque hay una creencia muy difundida (…): piensan que el paisaje mientras más realista mejor, o mientras más fotográfico mejor. Yo pienso que si mi paisaje ha tenido éxito no es porque sea fotográfico, sino porque es una expresión de lo más profundo de mí mismo.
«A mí me gusta, en primer lugar, pintar. Disfruto el placer de pintar igual que hacer una escultura, modelar… Haciendo una pintura o una escultura —no las he exhibido nunca— se me van horas y horas, o con la cámara… A veces, el arte conceptual llega a extremos en que es solo conceptos, palabras; la forma ya se fue. Me interesa cuanto tenga elementos visuales: forma, color, movimiento, todas esas características.
«Defiendo mucho la pintura porque creo que está bien viva. Hay quien dice ‘la pintura se murió, o se está muriendo’. Recuerdo siempre a Sergio Benvenuto padre, un profesor uruguayo con quien tuvimos la dicha de contar en la Escuela Nacional de Arte (ENA), excelente, y nosotros, con ‘diecipico’ de años le decíamos:’pero, profe, con las nuevas tecnologías, y los avances en la fotografía, la pintura va a terminar por desaparecer’. Entonces él, citando a Sancho Panza, respondía: ‘Señor, los muertos que vos matáis, gozan de buena salud’. Y mira, la pintura aún goza de buena salud. Incluso, hay una cosa interesante, y es que está aumentando la presencia de la pintura. No estoy hablando de realismo, ni de tendencias…; en general la pintura está aumentando como forma de expresión en eventos internacionales».
Técnica excelente, dibujo impresionante, composición estudiada, rotunda… Pero, y sobre todo pero, la naturaleza recreada por el pincel sobrecoge, anonada; el golpe de emoción provoca enmudecimiento, incita a la contemplación. Les sucede por igual a los liliputienses hombrecitos que viven dentro de sus cuadros y a cualquiera fuera de ellos.
“El paisaje le dice al ser humano lo pequeño que es como materia y lo grande que es como emoción, como espíritu. El sobrecogimiento viene si te identificas con tu cuerpo como una envoltura que desaparecerá, pero creo que el ser humano es algo mucho más grande que lo que el mismo ser humano supone.
“Entonces, en mi pintura se manifiesta muy claramente algo que no parte de mi intelecto, sino de mi experiencia. Hace ya 44 años comencé a practicar meditación yoga, cuando no estaba muy de moda todavía… Soy muy disciplinado y un día tuve una experiencia que llaman expansión de conciencia: yo no estaba dentro de mi cuerpo, mi cuerpo estaba dentro de mí y entonces me sentí identificado con las cosas que me rodeaban. Con el tiempo, la constancia y la meditación, esas experiencias se fueron haciendo más intensas… y la meditación se convirtió en parte vital mía, tanto como dormir, o comer, o caminar.
«Según se fue volviendo más profunda, aumentó mi identificación con la naturaleza y una sensación de ver que la naturaleza muchas veces evocaba estados que ocurren en uno. Por eso, los grandes maestros de meditación del Oriente, de la India sobre todo, usan metáforas y un buen día me di cuenta de que estaba pintando esas metáforas».
En el prólogo de un libro sobre la obra de Tomás, Gabriel García Márquez, su amigo, escribió:
«Quienes no lo conocen —y aun muchos que lo conocen— ignoran que ese poder tiene una explicación única: Tomás Sánchez es un místico. Su presencia más creíble es la de un Caribe de los buenos, lo mismo de guayabera en Cienfuegos que de corbata negra en los salones de Europa. Pero muchas virtudes grandes que se le atribuyen por la magia de su pintura quedarían sin sentido si se ignora que no sólo su obra sino él mismo están ungidos por un hálito de misterio que sólo es percibido por sus devotos».
¿Una imagen para el bien?
«La luz».
Entonces, ¿para el mal, la oscuridad?
«No».
¿Cuál…?
«No le doy ninguna imagen».
La primera idea que le evoque el término «color»…
«Me encanta. Una de las cosas que me gusta cuando pinto basureros es que pongo cuantos colores me da la gana…En el paisaje soy parco. Utilizo muchas gamas de verde; en ocasiones blanco, verdes y negro, pocos rojos y amarillos… Pero en general el color es muy importante para mí y siempre constituye un riesgo saber cómo utilizarlo.
«Cuando se estuvo haciendo un libro mío en Italia y me enseñaron las pruebas de impresión en blanco y negro, de pronto mi pintura me gustaba más así. Eso me sirvió para valorar más, por ejemplo, el dibujo y el grabado, y darme cuenta de que en el color había todo un encanto, pero el blanco y negro tenía su encanto de verdad».
Y la palabra Cuba…
«La tierra de uno, donde uno nace o a donde uno regresa no es solo eso, sino algo que siempre se lleva. Por ejemplo, los cubanos de Miami, que nunca más volvieron a Cuba, tienen a Cuba dentro y han hecho de Cuba un mito, y esa Cuba ya no es Cuba, es una imagen mental que no tiene que ver con lo que fue ni con lo que es ni con lo que será. Para mí, Cuba es mi apellido».(Tomado de 5 de septiembre)
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