Versos libres, semillas por el viento

Llevo días regresando a los Versos libres de José Martí. La lectura cautivadora de la adolescente que los leyó,  siguiendo el rastro de uno de sus más célebres  títulos –Yugo y estrella–, no es la que vino después, cuando la vida le sumó nuevas páginas. Tampoco es la misma ahora.  Si como debe todo cubano, el Héroe se nos convierte en estudio permanente, entonces volver a estos versos, sabiendo más de él, garantiza nudos de estreno, de esos que la emoción coloca en la garganta.

Mientras uno de los más sugestivos prólogos que se hayan escrito en lengua española nos anuncia las sinuosidades de esta zona tremenda  de su poesía, quien ya pasó por ahí  sabe que fue infalible la advertencia: «Amo las sonoridades difíciles, el verso escultórico, vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de lava. El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el sol, se rompe en alas».
Libres, por tratarse de versos sueltos o blancos (que no riman), que se corresponderán con otras libertades (la del hombre frente al hombre y la que busca sustituir los moldes caducos de la academia española decimonónica por una auténticamente americana), estos endecasílabos «hirsutos»  –como llamara el autor a  estas piezas, con versos de 11 sílabas métricas–  abrirán con Académica, una especie de texto tesis donde el verso-caballo echará «arrogante por el orbe nuevo».
Escritos los primeros desde los 25 años y el resto durante toda su vida, el poeta está en ellos  frente a circunstancias de extremas adversidades, donde golpea el destierro; el hacinamiento de la ciudad de Nueva York; la conmoción del mundo moderno, devastador también de conductas éticas; el amor por Cuba lejana, las grandes ausencias; los vicios del capitalismo avasallador, y frente a todas ellas  la integridad propia.    
En Hierro, uno de los más estremecedores poemas del cuaderno, la ironía deja bien sentadas las pautas de una de sus más radicales observaciones: los viles, los humanos que se ponen precio, pueden tener una «mejor vida» si callan y aceptan la mansa condición de buey.
Oh alma! oh alma buena! mal oficio

/ Tienes!: póstrate, calla, cede, lame
/ Manos de potentado, ensalza, excusa
/ Defectos, tenlos –que es mejor manera

/ De excusarlos–, y mansa y temerosa

/ Vicios celebra, encumbra vanidades:

/ Verás entonces, alma, cuál se trueca
/ En plato de oro rico tu desnudo
/ Plato de pobre! Pero guarda ¡oh alma!
/ Que usan los hombres hoy oro empañado!

/ Ni de eso cures, que fabrican de oro

/ Sus joyas el bribón y el barbilindo:

/ Las armas no, –las armas son de hierro!
Los temores por la hostilidad del entorno, los enconos ante las degradaciones humanas, las mujeres en franca venta por el plato y el vestido, las condiciones de los emigrantes, el hombre explotado y el que engrosa sus arcas según corra la suerte, son temas recurrentes en estas páginas donde cada texto es un portento de perfección lírica. De estas preocupaciones Amor de ciudad grande es un buen ejemplo:  
Se ama de pie, en las calles, entre el polvo / De los salones y las plazas: muere / La flor el día en que nace. (…) / ¡La edad es esta de los labios secos! /¡De las noches sin sueño! ¡De la vida / Estrujada en agraz! ¿Qué es lo que falta / Que la ventura falta (…) / ¡Me espanta la ciudad! ¡Toda está llena / De copas por vaciar, o huecas copas!
Inagotable es el caudal de pensamientos que brota de estos versos revueltos y encendidos. La poética martiana y el contenido que vertirá en ella aparecerá en textos  como Crin hirsuta, La poesía es sagrada, Por Dios que cansa… donde  la pasión creativa está en función de la utilidad de la palabra. Preciso es cerrar estas líneas –que exhortan a repasar  esta región «encrespada» de nuestro mayor poeta. Valga para hacerlo un fragmento del poema epílogo,  Mi poesía, delicada reverencia a la beldad innombrable que ella significa, así como a su imperioso poder.
Muy fiera y caprichosa es la Poesía,
/ A decírselo vengo al pueblo honrado:
/ Lo denuncio por fiera. Yo la sirvo
/ Con toda honestidad: no la maltrato;

/ No la llamo a deshora cuando duerme,
/ (…) No la pinto de gualda y amaranto

/ (…)  sino la vierto al mundo;

/ A que cree y fecunde, y ruede y crezca

/ Libre cual las semillas por el viento.

(Tomado de Granma)

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