Surgido en Cuba tras el inicio el 10 de octubre de 1868 de la lucha por la independencia del coloniaje español, el teatro vernáculo cubano tiene en el versátil artista Arquímedes Pous (Cienfuegos, 1891 / Mayagüez, 1926) a una de sus figuras más representativas.
Pous no solo brilló como actor interpretando disímiles papeles —en especial el «negrito», que junto a la «mulata» y el «gallego» representaban la trilogía más popular de la época—, sino como autor, director, maestro de escenografía, coreógrafo, bailarín y renovador empresario.
Cuando murió el 16 de abril de 1926 en Mayagüez, Puerto Rico, víctima de una fulminante peritonitis, próximo a cumplir 35 años, el artista había alcanzado tal notoriedad que en Cuba competía en popularidad con el famoso actor del cine silente Rodolfo Valentino.
«Arquímedes Pous restauró la depuración del sainete criollo (…), resucitó los prestigios de la delicadeza del ingenio de los tinglados de nuestra farsa (…) y creó un repertorio donde todo es gracia honesta, sal fina, ingenio ético, con el cual dignificó la mentalidad de Cuba (…) que no puede nunca reconocer un teatro bajo, grosero y vil».
Esa valoración fue hecha por el poeta y dramaturgo cubano Gustavo Sánchez Galárraga en el homenaje que le tributaron al extraordinario artista en el teatro Regina, de La Habana, con motivo del tercer aniversario de su muerte.
En la historia del teatro cubano, el artista, nacido en la ciudad de Cienfuegos el 18 de mayo de 1891, resulta una figura paradigmática integral, insuficientemente estudiada hasta el presente, según especialistas del género.
Como actor exhibió gran versatilidad al interpretar con la misma perfección todos los personajes típicos de la escena criolla, en el bufo: negritos, gallegos, galanes, bobos y borrachos, y como fecundo autor puso su ingenio en función de desterrar de la escena nacional el mal gusto y la vulgaridad, sin desechar la picardía y el doble sentido innatos al género vernáculo.
Enrique Arredondo, el último «negrito» de las tablas cubanas y recordado también por su personaje de Cheo Malanga en el programa televisivo San Nicolás del Peladero, consideró que el artista cienfueguero llevó el género criollo a la opereta.
El derroche en la escenografía era una de las aristas típicas de Pous, tanto que puede decirse que él vivía el teatro con un siglo de adelanto, expresó.
Además de su virtuosismo como actor, descolló en su rol de empresario, pues además de sus brillantes ideas, supo rodearse de ejecutantes de la calidad de la mexicana Luz Gil y sus compatriotas Mimí Cal y Conchita Llauradó, entre otras figuras.
Compositores ya conocidos como Ernesto Lecuona, Moisés Simons y Jorge Ackerman dieron soporte musical a las obras creadas por Pous, entre las que sobresalen la trilogía sobre el personaje de Papá Montero, Las mulatas de Bambay y Su majestad el verano.
Pous no solo fue un triunfador en Cuba, sino que cautivó en sus giras por Estados Unidos, Canadá, México, República Dominicana y Puerto Rico, donde en forma dramática concluyó una carrera triunfal que comenzó en 1906, a la edad de 15 años, embadurnado en el teatro Actualidades, situado en la esquina de Santa Cruz y San Luis.
Aunque su adinerada familia aspiraba a que fuera médico, abandonó los estudios para dedicarse por entero a las artes escénicas y después de actuar en el interior viajó a La Habana, debutando como director artístico del teatro Martí, para luego desempeñarse como actor.
En julio de 1911 se presentó como artista invitado en ese coliseo durante el homenaje a un colega «negrito» y la crónica de la época escribió que pocas veces se había escuchado una ovación tan grande como la tributada a Pous.
Ese mismo año pasó a trabajar en otro teatro capitalino con tal éxito que el semanario El teatro alegre organizó una encuesta para escoger al mejor y más simpático «negrito», ganada por Pous entre otros nueve destacados intérpretes.
Al frente de su propia compañía, actuó en escenarios nacionales y extranjeros hasta su deceso en Puerto Rico. Sus restos, traídos en 1930, se hallan en el cementerio de Colón, de La Habana.
Cienfuegos tiene una deuda con el más grande artista que naciera en la ciudad: recolocar en un lugar público el busto que, por suscripción popular, se levantara en el parque Martí, frente al centenario teatro Terry, el 16 de abril de 1950, por iniciativa del periodista Nick Machado.
Pous fue bajado del pedestal por disposición de un funcionario, con el argumento de que desentonaba con el entorno.
De esa manera, la escultura quedó expuesta en un hueco en una pared del patio del Terry, donde se presentan espectáculos musicales.
Si prevaleciera el criterio de quien o quienes cambiaron de lugar la obra que enaltece al notable artista, peligraría la estatua en bronce de Benny Moré, situada en el céntrico paseo del Prado, porque no figuraba en el diseño original.
Igual destino tendrían las figuras en metal del mítico músico británico John Lennon, el singular Quijote y el afamado Caballero de París, situados en céntricos parques de La Habana, además de otras representaciones en distintos lugares del país.
Entre esas esculturas se halla la estatua del Bárbaro del Ritmo, situada junto a la bahía de Manzanillo, a la que cantara en una hermosa guajira.
En congresos de la UNEAC y en más de una declaración suya, el Historiador de La Habana, Eusebio Leal, defendió la idea de rescatar los viejos valores y desterrar para siempre la tendencia de a borrar el pasado, a desechar monumentos y estatuas.
Si en el aniversario 24 cristalizó la idea de rendir público homenaje a hijo tan ilustre, valdría la pena incluir en el programa por el Bicentenario de Cienfuegos buscar la oportunidad adecuada para situar el monumento, si no en el sitio original, al menos en los Jardines de la UNEAC provincial, sacándolo del improcedente rincón en que fue colocado.
(Tomado de 5 de septiembre)
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